Yo Blediano

lunes, 30 de abril de 2018

Sr. Zatefor, o de la farsa

Hoy, 30 de abril, noche de Belenos, dios del fuego purificador, y noche de Walpurgis, celebramos el tercer aniversario del comienzo del libro de Antroom, 6969, que se publicó el 31 de octubre, noche de Halloween y del dios Bledo.

Publicamos hoy el tercer capítulo de los nueve previstos de 9 FUERZAS MEVFIACLI. Seguiremos publicando los capítulos según se escriban.

Sr. Zatefor, o de la farsa


"El Sr. Zatefor era un ciudadano ejemplar, casado sin hijos, de misa dominical y de pública adhesión inquebrantable a "la legalidad surgida el 18 de Julio de 1936"
"Los enemigos de un sistema no son quienes lo atacan sino quienes lo pudren"
"El Sr. Zatefor aportaba su granito de arena para el enterramiento de lo que aparentaba reverenciar"
Del capítulo Orden invisible en el colmado del Sr. Zatefor del eBook y libro 6969: Delenda est Imbecillitas! - 6969 Delenda est Imbecillitas

¿Cuánto piensas que en tu puesta en escena, en tu comportamiento, no es farsa? ¿Y en el tu entorno, y en lo que dicen los periódicos, y en el mundo...?

Como toda fuerza la farsa no es buena ni mala, su cariz depende del uso que se haga de ella, y quienes la demonizan, quienes quieren convencerte de que debes abominarla son precisamente quienes más perversamente la utilizan y que desean tenerla en monopolio.
La farsa es intrínseca a la naturaleza humana y lo único inteligente, práctico y útil que se puede hacer con ella es aprender a manejarla.

Debido a la creencia en su malignidad se requiere de gran audacia para identificarla en uno mismo y en los demás y una vez hecho esto en saber trabajarla con lucidez.
A tu papel de actor debes unir el sentido del honor para conseguir unas relaciones provechosas, caso contrario corres el peligro de ser considerado un pelele indigno, un fantoche.
De la farsa ajena, de la farsa del mundo, ríete secretamente y haz lo que convenga. Exteriorizar tu burla en muchos casos puede resultar una impertinencia y en otros traerte consecuencias desagradables o desastrosas. Lograr llegar a este punto te implica necesariamente desaprender tópicos, sobre todo el de creer que el mundo debe ser cambiado y que tu obligación es ayudar este cambio... cuando en todo caso lo que debes hacer es cambiarte a ti.

Atacar a la farsa en realidad la refuerza ya que en gran parte extrae su poder atacando y defendiéndose de enemigos y rivales. Mira a tu alrededor y verás que no existe farsa sin sus debidos contrarios. Al igual que no existe bando sin contrincantes.
La farsa, debido a su falsedad, tiene los pies de barro; al contrario que la voluntad de verdad que tiene pies firmes; pero su obsolescencia general vendrá dictada por la entropía, por el inevitable devenir de los tiempos y a este devenir prácticamente nada puedes aportar.
Pero esta obsolescencia para ti, y sólo para ti, puede ocurrir al momento, al momento en que sepas desenmascarar una farsa y reirte de ella... sin que se te note, aunque no vas a encontrar respuestas válidas si no aprendes a hacer las preguntas y los planteamientos correctos. Un camino que cada uno debe recorrer y dilucidar por si mismo. No hay atajos.
Las farsas de hoy en su momento caducarán y serán sustituidas por otras. Un mito sustituirá a otro mito y una ficción a otra ficción. Cuando a una idea le llega su momento, cual insondable onda expansiva, deja obsoleta a otra, y contra este hecho no se puede luchar, nada se puede hacer.
Si algún día todo esto deja de ser así, será porque el hombre ha dejado paso a un nuevo ser... y mientras tanto las creaciones de la inteligencia construiran nuevos escenarios.

Nietzche dijo, no es exactamente textual, "La revolución sucede lejos del griterío de la plaza pública, sucede en la madrugada, en la hora más silenciosa, cuando se trastocan las conciencias". Y "A los dioses los mata la risa".

En esta narración imaginaria y con personajes, por supuesto totalmente ficticios, además de la exposición anterior tenemos el diálogo entre Cataelano y Kefalo. Cataelano conoció en el pasado al Sr. Zatefor y se "benefició" de sus ardides y Kefalo quiere conocer pormenores...

K - Quisiera saber más sobre este personaje, Cataelano, que me parece de sumo interés.

C - Era una persona de lo más normal, que para nada llamaba la atención. Te comenté que lo veía como un farsante y un reprimido: iba a misa como un perfecto casado, cuando era lo que era, llevaba "El Alcazár" bajo el brazo e iba a actos del régimen; yo creo que si se hubiese terciado hubiese ido igualmente a una misa atea y se hubiese paseado con "Mundo Obrero".
Sólo decirte que en el colmado tenía El Alcázar en un sitio estrátegico, al igual que todo y para el mismo fin, y si querías hojearlo te tenías que poner de tal manera que él aprovechaba para rozarte.

K - ¡Divino! Como vemos a los demás y como se ven ellos mismos son dos cosas distintas. No era un sufriano y no se sentía reprimido, el armario no existía para él y por tanto no se planteaba si estaba adentro o afuera, navegaba lo mejor que podía dentro de sus posibilidades y con dominio de sus sentimientos y emociones. ¿Habló alguna vez contigo o lo oíste hablar con otros de religión, de política, de espiritualidad o de ideas?

C - Nunca para nada. Si alguna vez alguna señora o señor sacaba temas de estos, contestaba con tópicos para quedar bien y enseguida podía cambiaba la conversación a algo práctico que fuese de su interés, como si le había gustado algo que le había comprado, si en el mercado esto o aquello era más caro o más barato... Tampoco le gustaba el chafarderío y el critiqueo tan típicos de los tenderos.
Pienso que tenía una habilidad innata para saber a quien tenía delante, especialmente para descubrir si era imbécil.

K - Era, como creo se empezó a decir más adelante, uno que pasaba de todo, que no se dejaba comer el coco. Se pasaba por el forro los mitos y las palabras altisonantes que tanto motivan a la mayoría; se situaba fuera, como a quien no le interesa el fútbol, discutir sobre el sexo de los ángeles o cualquier otra discusión bizantina. ¿Nunca hablaba del gobierno, los políticos, el alcalde...?

C - Le gustaba comentar sobre las cosas que hacían o dejaban de hacer, sobre medidas prácticas, nunca de ideologías. Hablada muy bien de un alcalde, no me acuerdo de donde, "esto es un alcalde, activo, siempre con buenos proyectos" decía.
Recuerdo que un día un amigo suyo llevaba un periódico y nos enseñó una página de una reunión internacional, no me acuerdo sobre que, en la que había una foto de un montón de personalidades participantes y su comentarió fue "esto todo son pagas".

K - Se ve que él a todos los del poder, fuesen del color que fuesen, los ponía en el mismo saco: eran farsantes chupópteros. Empiezo a entenderlo.

C - Dime que entiendes Kefalo ¿qué tiene que ver lo que te he dicho con su teatro de religioso y afecto al régimen?

K - Como descreído, y por el mismo precio, oponía su farsa a la farsa del poder, poder que pensaba que así le podía reportar algún beneficio o protección frente a la ciénaga humana que tan bien intuía. El dedo, quería estar a bien con el dedo poderoso, que le señalase benefactoramente. El dedo que jamás en la historia ha dejado de funcionar. Quizás en su pasado había tenido algún chasco y por si acaso se quería asegurar un paraguas.

C - No se nada de que hubiese tenido ningún problema. Pero ahora recuerdo lo que pasó en aquellos tiempos a sa tiota y a su compañero de aventuras. Resultó que un chapero que se metió en un lío gordo los usó de coartada, dijo que la noche en cuestión había estado con ellos en un apartamento. El chapero tenía veinte años, entonces considerado un niño, ahora se es niño hasta los dieciocho, y el problema podía ser gordo. Sa tiota movió influencias y el asunto quedó resuelto con un informe final que decía que le habían dejado dormir en el apartamento como un "acto de caridad cristiana". ¡Viva la farsa!

K - Está claro que él veía ventajas en estar a bien con los poderes, no porque tuviese ambiciones ni quisiera medrar, por si acaso... y encima su papel le salía gratis aparte de importarle un bledo. Asistía como un espectador complaciente a un teatro y el teatro muere cuando se queda sin espectadores o cuando estos son sólo unos farsantes. ¿Cómo era su trato con sus clientes, con la gente? ¿tenía discusiones? ¿quería imponer sus ideas? ¿Iba de cínico o daba a entender que estaba de vuelta de todo...?

C - Para nada, nunca lo vi discutir. Era de lo más normal, hasta se pasaba de cortés, pero sin afectación.
En aquellos tiempos salían a diario chistes que ridiculizaban al régimen y yo iba y le decía para picarlo "me han contado un chiste nuevo, pero lo veo muy fuerte para repetirlo". "Cuéntamelo, cuéntamelo, que nadie nos oye" decía. Su comentario era siempre escueto y admirativo, como "se las inventan todas".

K - Debo decirte, Cataelano, que el Sr Zatefor tenía virtudes heróicas y una lucidez poco común. Su manejo de la farsa lo puso por encima de sus circunstancias en lugar de ser su víctima. Su apariencia mediocre, su carencia de mezquindad, su mente no sumisa a convencionalismos ni a imposiciones, su inmunidad a las tomadoras de pelo, su ausencia de anhelos idealistas y de redención, su gran pragmatismo, demuestran que la fuerza era innata en él; quienes no hemos nacido con esta bendición hemos de cultivar la fuerza toda la vida, ardua labor pues todo conspira para que erremos el objetivo; según se conquista la fuerza muere el sufrianismo y todos los demás logros vienen por añadidura.

K - El chiste, la burla, reirse en lugar de venerar o respetar es la señal más clara de obsolescencia. Lo que más aprecia un régimen es la adhesión y lo que más combate es la desafección, no la desafección a un gobierno, a facciones o a personas o cosas concretas, sino la desafección al régimen. La desafección se puede combatir y revertir y a tal efecto no se ahorran ni energías ni ardides ni farsas.
El descreimiento es otra cosa, ya que una vez producido no tiene vuelta atrás, marca un fin y un nuevo principio. Fueron los descreídos, los farsantes, los que inventaban y los que propagaban los chistes, los que se reían, como el Sr. Zatefor, los que enterraron la época. Los mismos que decretan todas las obsolescencias.

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