Yo Blediano

domingo, 15 de abril de 2018

Namora, o de la inquina

Namora, o de la inquina

La inquina, cual fluído omnipresente, es una de las fuerzas que dirigen nuestras vidas. En un cierto grado, de una u otra forma, todos somos su objeto o sujeto. Su intensidad va desde el simple desagrado hasta el odio. La inquina se puede dirigir hacia un individuo, un grupo, un país, unas ideas... o contra uno mismo. Se puede presentar de forma abierta o solapada bajo los buenos modos y la amistad.
El objeto de la inquina no la sufre a menos que sepa de tal sentimiento hacia él, en cuyo caso le puede producir indiferencia, turbación o satisfacción. También puede verse afectado por acciones llevadas a cabo por el sujeto de la inquina, pero no por el sentimiento en si.
El sujeto de la inquina cree que el sentimiento le es causado por hechos o actitudes culpables de su objeto, es decir, a grandes rasgos, se siente víctima de malignidad. Y cuanta mayor malignidad atribuya al objeto más justificado verá el sentimiento y los actos que le pueda llevar a cometer.
La inquina puede ser provocada por el simple desagrado, la envidia, la vanidad herida, las diferencias de todo tipo, aunque posiblemente la más virulenta la causen enredos de los bajos como los celos.
Como todas las pulsiones primarias la inquina es facilmente manipulable y es por tanto manejada para la consecución de fines. Vemos a diario como es dirigida contra banalidades y contra supuestas malignidades del pasado, es decir contra fantasmas sin existencia real y por tanto sin capacidad de respuesta. Este último hecho ofrece varias ventajas, por una parte quien dirige así la inquina queda situado en el lado del Bien y por otra se canaliza de manera inocua la, para muchos, necesidad de desahogar la pulsión, evitando de esta manera que tome por objeto lo que no interesa o no conviene.
Como hipótesis diremos que la inquina es un atavismo resultado, causa o yuxtaposición de otros atavismos como la necesidad de despreciar, de descargar la agresividad, de tener adversarios o como forma sufriana de placer.
En esta narración imaginaria y con personajes, por supuesto totalmente ficticios, Namora es el objeto de la inquina. El personaje es excesivo provocando animadversiones debido principalmente a su mala lengua, hecho atribuible mucho más que a una maldad deliberada a una hiperactividad verborreica unida a un afán de protagonismo, afán de llamar la atención como portador de murmuraciones escandalosas.
Como muchas son las víctimas de su maledicencia y de los líos que ha provocado, la inquina particular se ve reforzada por el mismo sentimiento común, lo que ha llevado a decir en no pocas ocasiones "tendría que caerse por la ventana y matarse" "le tendrían que cortar la lengua" "si le diesen veneno, engordaría" y otras lindezas por el estilo.
De nuestros dos otros personajes, Pupu es para Latel el catalizador de sus contradicciones, la figura que le ofrece pensamientos digeridos para su reflexión.
Latel y Pupu están jugando a Monhuras y Pupu pregunta:
¿Si pudieras matar impunemente a Namora, con absoluta seguridad de que nunca se descubriría, lo harías?
Latel planta las tres monedas por el lado de la cruz, lo que significa rotundamente no.
Al mezclar y tirar las monedas, el juicio de Horus, aparecen dos cruces y una cara, significando un no matizado, un no con un quizás.
Plantearé la pregunta de otra manera:
¿Te gustaría que Namora hubiese muerto?
Latel vuelve a plantar tres cruces: no, sin fisuras.
El azar de la respuesta de Horus son una cruz y dos caras, que significan un sí condicionado, un sí... pero...
Y ahora una tercera pregunta dice Pupu.
¿Has deseado alguna vez la muerte de Namora?
Las tres cruces de las monedas vuelve a ser la respuesta de Latel.
Y esta vez la tirada de las monedas mezcladas da tres caras. Un sí rotundo.
Horus no sabe lo que dice, hoy se ha tomado un par de rayas, protesta Latel. A pesar de las muchas putadas que me ha hecho Namora a lo largo de la vida, nunca hemos dejado de hablarnos y por supuesto que nunca he deseado su muerte.
Esta es una respuesta civilizada, que no dudo que te la creas, responde Pupu, que sea la que va de acuerdo con tus principios, con lo que crees que es lo correcto, pero el subconsciente tiene sus propios argumentos, sus propios deseos, que son los que nos muestra Horus.
Tú tampoco estás en tus cabales hoy, nunca he deseado la muerte de nadie, yo creo en el amor universal, replica Latel
Pupu, ya más en su papel, responde: esto del amor universal es una tontería, nadie puede sentir afecto por quien no conoce, aunque hayamos visto a adorados Maestros Oralizadores provocando una respuesta histérica en una muchedumbre diciendo "yo os quiero", suena muy bonito pero es un disparate. Tan común es la mala intención que confundimos su ausencia con amor.
Dime ¿cómo calificarías a Namora?
Hij... de put..., contesta Latel
¿Y para ti hay alguien que sea más hij... de put... que Namora?
No
Argumenta Pupu. Convendrás entonces conmigo que, pese a tus ideales, no sientes amor por Namora, sientes inquina sino acaso su expresión extrema que es el odio.
Yo no odio a nadie
Esta es una respuesta bonita, supuestamamente ideal, pero no real. Puede que no sientas odio aunque si una inquina bastante fuerte y en ningún caso afecto.
Toda inquina busca la anulación de su objeto, su desaparición, su muerte. Quien odia cree que el mayor mal que puede causar al objeto de su odio es la muerte, error, el muerto nada sufre pero el asesino carga con la cadena de un sentimiento que le une a su víctima y que nunca le abandonará, aunque se sienta satisfecho.
El "crimen perfecto" consiste en sacar al objeto de la inquina del pequeño círculo que representa nuestro mundo y devolverlo a lo ignoto, a la inmensidad de caras que desconocemos con su correspondiente liberación emocional.
La inquina sólo afecta a uno mismo, es un sufrimiento auto impuesto que puede devenir en cuelgue y en trastorno y por tanto entregarse a ella es una imbecilidad.

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