Yo Blediano

martes, 6 de agosto de 2013

Antinoo Avatár del dios Osiris


Cuando lo sacaron del Nilo, parecí­a de alabastro.
Los cocodrilos y los peces respetaron la integridad de su hermoso cuerpo.
Lo vi, desnudo, sobre un lecho de hojas de papiro.
Manos piadosas lo habí­an rodeado de flores de loto de todos los colores.
Era un muchacho. Solamente un adolescente griego.
Pero pudo llegar a ser el Emperador del mundo conocido.

La deificación de Antinoo era inevitable.
La noticia de su muerte, en la misma fecha que la del dios Osiris, había recorrido el Egipto entero en pocos días.
Al mismo momento de su muerte, se iniciaron las lluvias después de tres años de sequía.
Paisanos y sacerdotes lo habían decidido; para ellos era una nueva señal del cielo.
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