Yo Blediano

jueves, 18 de diciembre de 2014

Pensión Acapulco


Con este nombre bautizé al pequeño piso de "la marquesa" en honor a su origen y por el constante trasiego de residentes y pernoctadores.
Un verdadero "todo todo incluído" cuyo único requisito de admisión era ser apetecible para el polvo y dado el amplísimo espectro del titular era prácticamente cualquiera.
Sin condiciones previas cualquiera que no tuviese donde dormir o quisiera aterrizar en "la pensión" era admitido y ya se vería. La duración de su estancia dependía de su encaje y del desarrollo de los acontecimientos.
Intermedie una vez en favor de un tal Federico que quería ser readmitido y le hice dar su palabra de que en la presente ocasión se la metería toda, en la anterior sólo le había metido media con el consiguiente disgusto que le valió la expulsión. Hay que añadir que el sexo no era requisito imprescindible aunque el anfitrión siempre estaba dispuesto a recibirlo.
"La pensión" fue para mi una escuela sobre el comportamiento homo de los heteros y otros no tan heteros. El principal factor era su origen, según la región o país de procedencia tragaban más, menos o nada, lo que me dejó claro que el factor cultural es determinante y el libre albedrío queda muy en segundo plano.
Más peculiar resultaba el comportamiento de los sujetos, cuanto más dispuestos a tragar menos aportaban, es decir querían pagar en carne.
Un caso paradigmático fue el de un austríaco, guapo, educado y servicial. Nunca "la pensión" había estado tan limpia y ordenada. Cocinaba cada día espaghetis de manera distinta y divina, espaghetis y cartones de vino eran los únicos comestibles de la casa a no ser que algún visitante aportará alguna novedad, esporádicamente yo cocinaba pollo y una visita de los martes traía latas al tiempo que inspeccionaba si se podía tirar algo, provocando la irritación del anfitrión, muy celoso de sus huéspedes de los que con frecuencia se "enamoraba".
Por celos no me estaba permitido sentarme al lado del austríaco y visto su comportamiento le dije al anfitrión, que siempre tenía que estar enmedio, que con este no tenía nada que hacer. Él no había caído en la cuenta de que a más voluntariedad menos sexo y que en este caso sería cero. Para su disgusto tuve razón y el austríaco, cual virgo fidelis, se marchó inviolado.
El pasillo de "la pensión" estaba presidido por una imagen de la virgen de acapulco con una vela siempre prendida. Ya que el bien más escaso del lugar era el dinero le di la idea de que pregonase que esta virgen hacía milagros y así el piso se convertiría en lugar de peregrinación y podía sacar donativos de los fieles.
Esta idea, dicha en broma, caló y de no ser porque poco después fue llamado a la gloria post terrena, ahora los isleños no necesitarían viajar para conseguir un milagro.
Los tiempos han cambiado y los personajes ilustres y sus obras glamurosas han dejado de existir, su fulgor crepuscular somos los que quedamos y fuimos testigos. De tanto en tanto me entero que cual espectros aparecen aquí y allá versiones descafeinadas de la "Pensión Acapulco".

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