La mendicidad, a veces en forma de gorreo, existe en todo. La más frecuente hoy en día es la del tabaco. Esto ha creado la costumbre de tener el paquete escondido y sus mendigos, perfeccionando la técnica, esperan a pedir a quien ven con el paquete en la mano.
Si te sientas en un banco público pronto sueles tener compañía, no pienses bien, no se interesa por ti, está esperando que saques el tabaco para pedirte.
En los ochenta había exactamente la misma costumbre mendical, pero no se pedía tabaco, se pedían 20 duros. Al igual que ahora se te puede ir un paquete de tabaco en un pis pas, por entonces se te hubiese ido el sueldo del día durante el rato que tomabas café en una terraza.
Aparte del beneficio evidente alguna razón psicológica profunda debe de haber en el hecho ¿un tipo de placer? de ir por la vida mendigando sin una necesidad perentoria y sin sentir vergüenza.
Trataremos ahora de la mendicidad sexual, que también se presenta con múltiples camuflajes. Tenemos por un lado los roces o tocamientos oportunistas, los mirones, dentro de los de playa hay una versión más activa llamada los lameculos, que implorando a parejas en acción, de una manera más o menos velada piden, y por lo visto con frecuencia consiguen, poner su lengua por todas partes.
Un caso explícito es el de la mendiga sexual. Su principal base de operaciones era la zona oscura de la discoteca el Gato de Color.
Actuaba de diferentes maneras según el día y nunca cambiaba de rol durante la misma jornada. El rol de mendacidad explícito consistía en ponerse de rodillas junto a una pareja y suplicar que se le corriesen encima. En estos días gloriosos aparecía ya de mañana en la parada del autobús, con la camiseta llena de medallas, en medio de la juventud que regresaba a casa después de la juerga.
Otro de sus numeritos era el de la serpiente. Se vestía para la ocasión completamente de negro y se acercaba a una pareja arrastrándose por el suelo desde la distancia necesaria para que su llegada no fuese detectada. En un momento dado la pareja se percataba de que allí sobraban manos y los desenlaces eran variados. Tenía un antídoto en caso de que la reacción fuese algo agresiva: maltratadme, les decía, con lo que dejaban la cosa por imposible.
Otros dos papeles suyos, no ya en el terreno de la mendicidad, eran la estatua de la libertad y "a la inglesa". El primero consistía en ponerse en el centro de la sala con un mechero encendido cual la estatua para mirar los distintos actos que tenían lugar. El segundo se trataba de sexo verbal en inglés. Con una vestimenta que quería ser sexy se pasaba la noche diciendo procacidades en voz alta haciéndose pasar por guiri.
Que la persona en cuestión tuviese 70 años tocaba fibras sensibles de Liti Püttys, que piadosamente atribuía sus desmanes a largos años de hambre atrasada aunque no podía evitar deplorar el número de la serpiente por excesivamente invasivo.
Del eBook Cómo ser Liti Püttys de Antroom
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