Yo Blediano

viernes, 26 de abril de 2019

Doña Marisconada & El Emprendedor de Can Perdiuota

 

Aristas Ilustres 6

Doña Marisconada, así la llamaremos, en el tiempo en que se sitúa este relato, era una mujer de una treintena larga de años, ordinaria, algo histriónica, charlatana y sobre todo impulsiva, muy impulsiva. Estaba casada con un concejal de un pequeño pueblo por el que sentía un profundo desprecio, aunque aseguraba que ella le era completamente fiel sexualmente hablando. El motivo de su desprecio, manifestaba, era debido a que lo consideraba un perfecto cretino, un creído que se consideraba muy macho y muy de todo. Por idiota fanfarrón, decía, resultaba para ella totalmente manejable. Nada de esto importa para lo que vamos, se señala simplemente para situar las circunstancias de dona Marisconada, aunque quien sabe si tendrían que ver con su más pública peculiaridad: creía que todos los hombres eran maricones y así a todos se lo decía a la cara "eres maricón, a mi no me engañas". Que la llevó a esta conclusión es un misterio nunca desvelado.
Distinto era el caso de una inglesa, a la que llamaremos Miss Apple, que también creía que todos los hombres eran maricones, aunque en su caso debido a que, clamaba al cielo, se había acabado enterando de que los tres novios de su vida tenían al  mismo tiempo paralelamente un querido, e incluso llegó a saber que el último hacía de mujer. Nada nuevo bajo el sol, según se dice ese era también el caso de Julio César con los hombres.
Daba la impresión de que a Miss Apple se le iba un algo la olla. De ser así tanto su historia como sus valoraciones quedarían en entredicho. También podría ser que sus tribulaciones, multiplicadas por tres, la hubiesen puesto en la vía a orate.
Doña Marisconada, por la actuación que veremos, se dejaba arrastrar por su impulsividad, que quizás era realmente su motor,  más que el placer proporcionado por los actos a los que la llevaba. ¡Ay la impulsividad! Placer de dejarse arrastrar que suele presentar carísimas facturas si no se sabe avaramente administrar cual potente especia; para que nos de sus mejores frutos la impulsividad debe ir acompañada de una maestría como la del navegante que llega salvo a puerto y disfruta del mejor viaje posible gracias a saber  escrutar los arcanos del mar y dar los precisos toques de timón para hacer jugar a su favor cualquier viento.
La arista que divinizaba a Doña Marisconada, con el corolario que nos plantearemos, era de que a pesar de sus protestas de fidelidad marital, a pesar de considerar a todos los hombres maricones, todos la ponían y con todos, si podía, algo hasta un cierto punto sucedía, aunque sin cruzar lo que para ella eran inviolables líneas rojas.
Una rodilla de este relator se benefició de su, digamos, generosidad. En pleno mediodía, estando sentados juntos en la barra de una concurrida cafetería, frente a todo el mundo se pajeó ella, muy discretamente, con la mentada rodilla hasta llegar al orgasmo.
Y así, sin pretenderlo, la doña nos plantea inquietantes e interesantes cuestiones. ¿El uso que hizo de la susodicha rodilla la convertía en infiel? ya sabemos que según ella, no. Y quien pone una rodilla para tal fin, aunque simplemente no la retire, y se deje hacer de forma totalmente pasiva, ¿es infiel? diríamos que sí ¿hace o no hace sexo aunque nada sienta? si nada siente diríamos que no, y entonces ¿se puede ser infiel sin hacer sexo?. Y si en vez de una mujer se tratase de otro hombre ¿esto convierte en maricón al insensible rodillero? Y dado el caso ¿Consideraríamos hetero al maricón?. Aunque nuestros hechos no sean tan apoteósicos como los de la doña, podemos con su ejemplo darnos cuenta de que donde ponemos nuestras fronteras es algo tan arbitrario como lo suyo.
Cual oráculo de los infinitos, Doña Marisconada nos sitúa frente al problema de los lindes, definir donde acaba y donde empieza una cosa y donde cambian de nombre las cosas.
Un perro evidentemente es un ser vivo, pero en su extremo no es posible establecer como considerar qué es un ser vivo. Tenemos claro que algo mide un metro, pero si vamos reduciendo el tamaño ¿dónde se encuentra el límite de la pequeñez?.
Lo de doña viene a resultar matemáticamene inextricable. Imposible definir exactamente si era o no era fiel, como  también imposible resulta el definir las fronteras de la infidelidad, el mariconeo, el sexo o lo que sea.
Gracias doña Marisconada por hacernos ver que contribuye a conformar nuestra realidad el tomar ficciones como certezas.

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